Cuando pensamos en danza, nuestra mente viaja inmediatamente hacia cuerpos en movimiento, compases marcados por la música y emociones plasmadas en gestos y expresiones. Sin embargo, tras el escenario, existe un equipo de creativos que contribuye a construir ese mundo imaginario que los bailarines habitan. Entre ellos, el figurinista o diseñador de vestuario tiene un rol crucial, muchas veces subestimado pero esencial para darle vida a cada coreografía.
El vestuario en la danza no es solo un accesorio o un complemento; es un lenguaje visual que potencia el movimiento, narra historias y define el carácter de los personajes en escena. La elección de los colores, texturas, cortes y materiales no es casual: todo está cuidadosamente planeado para enriquecer la experiencia tanto del público como del bailarín.
Para explorar este tema en profundidad, conversamos con Gemma Male, una destacada figurinista con amplia trayectoria no solo en el ámbito de la danza, sino también en publicidad y diversas artes escénicas.
Gemma se describe como una persona práctica y sencilla, guiada por una profunda pasión por el vestuario y el arte. Desde muy joven tuvo claro su camino profesional, inspirado por recuerdos como el de su tío interpretando al Diablo en Els Pastorets de Mataró, una experiencia que la marcó profundamente. Este impacto definió su vocación desde entonces: dedicarse al diseño de vestuario para teatro.
Para descubrir más sobre su historia, sus inspiraciones y cómo vive su pasión por el vestuario, te invitamos a leer la entrevista completa con Gemma Male.
Comencé mi trayectoria en los años 95-96, una época muy diferente a la actual, cuando no existía el auge ni la oferta formativa que vemos hoy en día. Ahora hay muchas más escuelas, cursos especializados y un mayor reconocimiento de nuestra profesión como diseñadores y figurinistas. En aquel entonces, me apunté a un curso de diseño de moda, aunque debo admitir que no era realmente lo que me apasionaba. Por suerte, me orientaron hacia el Institut del Teatre, donde pude combinar ambas formaciones. Terminé mis estudios de diseño de moda y seguí adelante especializándome como figurinista en el Institut.
Mi primer proyecto de vestuario para danza fue con una compañía de Calella, aunque, siendo honesta, no recuerdo su nombre porque ha pasado muchísimo tiempo. También trabajé durante más de un año realizando todo el vestuario para las producciones de la Escuela Coco Comin y para el Institut del Teatre de Dansa.
A lo largo de mi carrera, he trabajado principalmente para teatro, publicidad y eventos, aunque en estos últimos, muchas veces también hay un componente de danza que me permite volver a ese mundo.
Vengo del mundo del teatro, lo que ya me da una base importante. En teatro, trabajamos en profundidad el personaje, y ese personaje lo interpreta una persona que debe llevar el vestuario como si fuera una segunda piel. Muchas veces he visto actores que tenían dificultades para conectar con su personaje, pero cuando llegaban a vestuario, ya fuera creado por mí o por otra persona, sucedía algo mágico:de repente se metían de lleno en el personaje. Es un momento espectacular.
En la danza, sin embargo, hay un factor clave que no se puede ignorar: el movimiento. Lo mismo ocurre en el circo. Son disciplinas donde las personas se expresan a través de su cuerpo, por lo que el diseño de vestuario tiene que priorizar la libertad de movimiento. Para mí, esto es lo más importante. No es como en publicidad, donde puedes hacer pequeños trucos, como ajustar un pantalón con imperdibles si no queda perfecto. En danza, eso no es posible. El vestuario tiene que ser completamente funcional, una segunda piel que se adapte al cuerpo del bailarín, permitiéndole moverse con total comodidad y olvidarse por completo de que lo lleva puesto.
He hecho más danza clásica, pero mi experiencia con Coco Comin me permitió explorar una amplia variedad de estilos. Durante más de un año, trabajamos en 6 o 7 musicales con sus alumnas de diferentes edades, además de otros proyectos de gran envergadura. Por ejemplo, colaboramos en un festival para una escuela que requirió más de 800 vestuarios, y también en su propio festival, donde diseñamos y produjimos unos 1.500 vestuarios.
Estos proyectos abarcaban estilos muy diversos, desde hip hop y danza clásica hasta musicales infantiles. Fue una etapa tremendamente enriquecedora y creativa para mí, que me permitió aprender y adaptarme a las necesidades únicas de cada estilo de danza.
Responder a esta pregunta no es sencillo, porque no se trata solo de encontrar el equilibrio entre la estética y la comodidad del bailarín, sino también de cumplir con las pautas que establece el director.
En este proceso confluyen varios factores: la visión del director, que obviamente es la que marca la línea principal, y la necesidad de diseñar un vestuario que se adapte a una persona en constante movimiento. Por eso, antes de siquiera empezar a diseñar, es fundamental observar la danza y analizar cómo se mueve el bailarín. A veces, esto implica un proceso iterativo: se realiza un primer diseño, se presentan las propuestas y los tejidos, pero si algo no encaja, puede ser necesario volver a empezar y crear un diseño completamente nuevo.
Lo más importante, sin embargo, es siempre el movimiento. Este es el elemento que manda. Ha ocurrido más de una vez que, al probar un pantalón, por ejemplo, el bailarín intenta realizar un movimiento y el tejido no resiste, rompiéndose en el acto. Por eso, es crucial entender el rango de movimientos, como la apertura de piernas, y seleccionar tejidos que acompañen el ritmo del cuerpo sin limitaciones. El vestuario debe ser una extensión del cuerpo, flexible y funcional, para que el bailarín pueda expresarse plenamente sin preocuparse por lo que lleva puesto.
La primera y última palabra siempre la tiene el coreógrafo o el director. Después está la voz del bailarín, y finalmente, la de la diseñadora. Sin embargo, siempre buscamos trabajar en conjunto, como un verdadero equipo.
Pero el diseño del vestuario debe estar también en sintonía con la dirección artística y que se integre perfectamente con otros elementos, como la escenografía. Todo debe coordinarse para que funcione como un todo.
Primero, es fundamental tener mucha paciencia y trabajar en darse a conocer. Practicar es clave. Por ejemplo, cuando he impartido formación en vestuario, siempre les digo a mis alumnas: “Sé que al principio puede parecer tedioso, pero durante el primer año hagan muchos proyectos, incluso si son gratuitos. Es en esa etapa, cometiendo errores, donde realmente se aprende y se gana experiencia”.
Además, quien desee dedicarse al vestuario para danza, teatro o circo debe entender que es muy diferente al diseño de moda. Siempre he pensado que a alguien apasionado por la moda probablemente no le interese este tipo de trabajo, ya que son enfoques opuestos. Por ejemplo, a mí no me gusta la moda: no podría dedicarme a ella porque tendría que estar constantemente aprendiendo sobre tendencias, colores de temporada y lo que se lleva.
En cambio, en el vestuario para danza, teatro o circo, estamos creando personajes. Trabajamos a partir de un actor, un bailarín, un director y una historia que hay detrás. Es un proceso mucho más narrativo y creativo, donde el vestuario forma parte de la construcción de un mundo ficticio.
Otro consejo importante es empaparse del medio: ver mucha danza en directo, analizar espectáculos, estudiar cómo se desarrollan los movimientos y cómo se relacionan con el vestuario. También es esencial aprovechar los primeros años para practicar y adquirir experiencia, incluso participando en proyectos sin remuneración.
Yo misma, en mis primeros años, hice muchos trabajos gratuitos. Era muy joven, pero esa etapa me ayudó a ganar seguridad y madurez, algo imprescindible para avanzar en este campo.
Todo bailarín sabe que el vestuario tiene un profundo impacto en su danza, es como un proceso casi mágico. Cuando el bailarín se pone el traje, se transforma. El vestuario ayuda a conectar con el personaje y entrar en la historia que está contando. Os lo dice la que escribe estas líneas: una amante de la danza que a veces se pone un pareo para bailar ‘ori tahiti, convirtiéndose en una autentica “purotu vahine”.
En algunas ocasiones, el vestuario incluso define parte de la coreografía, sin embargo, el trabajo del figurinista a menudo pasa desapercibido.
Desde SIETE Y creemos que es tiempo de que el trabajo del figurinista reciba el reconocimiento que merece. Sin vestuario, la danza estaría incompleta. Es una pieza esencial del rompecabezas escénico. Así que desde aquí hacemos un llamado tanto al público como a la industria para valorar el papel del diseñador de vestuario y fomentar su visibilidad.
Este artículo no solo busca visibilizar el trabajo del figurinista en la danza, sino también inspirar un mayor aprecio por los detalles que hacen que el arte cobre vida en el escenario. La próxima vez que veas una función de danza, recuerda que detrás de cada movimiento también hay una historia contada entre costuras, telas y colores.
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